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Crónicas Vivenciales 1
Saltibus

          Como cada mañana de esta serie que llamo vida, me despierto, voy al sanitario a hacer eso que sólo se puede hacer solo en un inodoro, tomo una ducha si es necesaria o si mi humor encuentra la necesidad de hacerlo; me cambió de ropa y tomo mis instrumentos para los quehaceres diarios. Camino al rededor de diez minutos hacia la parada del autobús más cercana de mi casa (a muchos buenos y considerables metros de distancia) para llegar al centro de la ciudad. 



             Desde hace años uso el transporte público, siempre me ha parecido entretenido. Es como subirse a una montaña rusa, al ir en la parte trasera sientes como te cagas del miedo y al mismo tiempo se detiene tu respiración debido a la emoción, pero son esos mismos arranques los que evitan te zurres de asombro. Desde que tengo memoria me he visto en la necesidad de usar la ruta 17 a diario. La cual cada mañana va hasta el tope, no importa que tan temprano llegue o que tan retrasado la tome, siempre es la misma novela berrichunda de no acabar: voy con mi mochila a hombros, algunos días incluso con porta-laminas y mi cámara al cuello; procuro viajar lo más ligero posible, para así aligerar mi camino. Veo a la distancia acercarse al camión que hoy me llevará a iniciar mi día. Es increíble la cantidad de gente que puede ingresar a esas unidades. Subo, pasó mi tarjeta de pre-pago Saltibus por el lector electrónico y lo primero con lo que me topo es con un mar de gente aglomeradas en el pasillo del bus. Y esto es cada mañana. Señoras, señores y demás entes que suponen tienen una esbelta figura te impiden el paso de una manera grosera y para colmo se niegan a irse hacia atrás, ya que al bajar quieren tener la puerta lo más cerca posible. La mayoría de los pasajeros son estudiantes y empleados. Pero por favor, ¡pobres niños! usan mochilas más obesas que ellos mismos, es como si fueran a acampar diez días a monte abierto. Sería imposible que pasaran el limite de peso en un aeropuerto. ¿A caso usan tantas cosas en un día normal de primaria? Y los hombres... señores, la caballerosidad no es de gays ni del siglo anterior, cómo se pueden hacer los dormidos con tal de no darle el lugar a una mujer.

       En fin, creo que hasta ahora todo suena tan normal como para cualquiera que usa el Saltibus o cualquier medio de transporte público. Son muy criticados en todo el país; al menos en mi ciudad existen diversos grupos ciudadanos que se hacen ver como los exigentes de la ciudadanía. Pero exigen respeto y calidad para ciudadanos que no cuidan o respetan lo que tienen... 
Hablando de los ciudadanos que a diario viajamos, comemos, dormimos, leemos, hacemos tarea, mandamos mensajes de amor y por qué no, también escuchamos música en vivo en estas tan famosas combis noté el siguiente hecho que me llego hasta alegrar mi alma.

Era martes, un martes tan normal como otro. La ruta, al igual que siempre, hasta el borde. Hacía un calor brutal dentro del camión y por increíble que parezca, nadie se atrevía a abrir las ventanas. El aire estaba tan denso por haber sido inhalado y exhalado por todos los presentes más de mil veces; te hacia sentir un ahogamiento al instante. Me dormía parado como las gallinas, recargado sobre mis brazos que me sujetaban a los tubos del techo del camión y entrecerrado los ojos mientras Radiohead sonaba en mis auriculares como canción de cuna. Frenó el camión. Una parada normal y una mujer subió, demasiado guapa como para creer posible su presencia. Aparentaba unos treinta años y si me equivoco y es mayor debe saber que su belleza le quita edad por cada paso al andar. Podría decir que era una licenciada o jefa de algún departamento y su auto se descompuso esta mañana, por eso tuvimos la suerte de adornar nuestra carreta colectiva con su presencia. Iba muy bien peinada, vestida con ropa casual y elegante que la hacia resaltar sobre todos de inmediato. Sus tacones  o más bien sus agujas le apoyaban aun más en este resalte de personalidad, con una rubia cabellera, lentes de moda, celular de última tecnología con una foto de ella en la Mansión (era imposible no ver cada detalle en ella, esta bien... Sí, la observe con mucha atención ¿contentos?)
Dejemos la fantasía de conocer a esa mujer para después.
Dentro de la ruta habitual todo era muy trivial, a excepción de esa mujer que engalanaba la vista de los presentes. Pero no estamos aquí para enlistar sus atractivos, sino para recalcar el siguiente hecho. Varias cuadras después, otra mujer abordó el mismo autobús. Ella era diferente, en todos y cada uno de los aspectos en comparación con la mujer a la que me daré la libertad de nombrar la Mujer A. Esta nueva señora, que nombraremos Mujer B venía acompañada de cinco criaturas, cinco hijos, todos pequeños, quizá se llevaban meses o máximo un año de diferencia entre cada uno. Como autentico reto físico la mujer logró introducir a todos y cada uno de los infantes. Un chico le cedió el lugar, yo seguía de pie, mirando con asombro como con sólo dos brazos la Mujer B sujetaba fuertemente a los peques. Dos en sus piernas, uno más en brazos y los dos más grandecitos sujetados fuertemente a sus costados. A pesar de que para ella el viaje no sólo es pesado, porque tres de los niños vienen incluidos con mochilas exploradoras, también es mucho más caro, ya que tiene que pagar cuatro pasajes, además mayormente un riesgo por el hecho de tener que vigilar y estar astuta como serpiente para no perder a ninguno de sus hijos entre la multitud de gente; la Mujer B tiene un detalle que ni todos los agraciados gustos de la Mujer A, la guapa y espectacular chica de tacones y ropa de moda podría tener. La sonrisa de ser madre. Porque aunque su peinado era una colita de caballo improvisada por tener que despertarse temprano y alistar a cada uno de sus niños, su ropa deportiva no combinaba ya que no era para lucir la figura, sino para ir cómoda y cargar con valor a cada hijo. No había tacones, sólo tenis. Sin pantalón a juego con la blusa, mejor un pants y una playera. Y a pesar de que más de la mitad de los pasajeros y me incluyo, ese día nos quejábamos por el transporte, lo apretado del viaje y por la tardanza del mismo, ver a esa señora, jugar con sus cinco hijos, cuidarlos y bajar de la mano con ellos hizo que viera y volviera a recordar ese toque especial que tiene ir en transporte público.

Nos podemos quejar de muchas cosas, de si el precio es injusto, de si los asientos no son los mejores o incluso de si no pasa cerca de nuestras casas o trabajos, pero cuando lo importante es simplemente disfrutar el recorrido diario, todo lo demás pasa a segundo plano. Gracias a la Mujer B, que me hizo recordar el porque de niño siempre quería pagar yo el pasaje familiar. 

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