Pienso que todo en nuestra vida es un
paseo en el cual no estamos conscientes de lo que vivimos a diario, por ejemplo, vemos personas
al caminar, compartimos espacio en el autobús, nos sentamos a pocos centímetros
en el salón de clases; andamos por los mismos pasillos, bajamos y subimos por
las mismas calles y escaleras. Sólo piénsalo, haz memoria por un instante e
intenta responderme, ¿cuánto tiempo hace que nos cruzamos en nuestro camino?
Posiblemente la primera ocasión fue ya tanto que no lo recordamos. Tal vez un
encuentro en una fuente cuando éramos niños, bailar dentro de una puerta giratoria sin darnos
cuenta quien estaba del otro lado. Algún <<lo
siento>> al chocar los hombros mientras dábamos vuelta en una esquina. Vivimos
tan rápido como para detenemos a ver alrededor de nuestro mundo que nos es
imposible reconocernos ahora. Y sin embargo, cuando todo se articula dentro del mismo espacio y tiempo, te detienes del paseo, descubres que lo haces porque la encontraste, esa
persona que te toma por sorpresa. Te das cuenta que está ahí. Que ha estado a
tu alcance, esperando que le hables, que le invites por un
café o le cedas el asiento en el bus. Porque siempre ha estado ahí, tal vez en la misma
escuela e incluso una clase antes que tú. Siempre ahí. Nos sorprenderíamos tanto al saber
que hace mucho tiempo una casualidad juega con nosotros, paralela a nuestro
destino. Que nos acerca y nos aleja, se interpone y nos hila en un camino un
destino. Hay señales, signos, pero no siempre comprensibles. Una hoja que
revoloteo de hombro a hombro hace tres años -¿o fue el martes pasado?- Una
pelota perdida y encontrada en un parque entre juegos de la infancia. Un dibujo
del jardín de niños donde aparece ese pequeño que te hizo reír una tarde. Quizá
un mismo sueño cierta noche, despertar e inmediatamente olvidarlo. Cada
reacción un fin, cada fin un principio. Todo formando parte del mismo libro de
acontecimientos.