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Cuento de una tarde
en Domingo

Llegando a mi cumpleaños número dieciséis descubrí al escapar de la paliza de Roberto y su banda de abusivos el hogar de un hombre muy extraño. Desde ese entonces sé que algún día tendré que tomar una decisión. Y será grave. Porque, o sigo confundiéndome, o me libero de toda esta mierda.

Aquella tarde como siempre había salido dos horas después de clases, todo debido a la señorita Vázquez y su terca idea de dar sesiones extra a los chicos que no habíamos obtenido un resultado normal en la prueba vocacional. Y efectivamente yo era el único que tomaba dicha plática. Corría hasta donde mis débiles piernas me lo permitían apresurando el paso en cada aliento. Cinco tipos más grandes que yo y con la determinada idea de arrojarme a la fuente de la plaza como festejo de mi cumpleaños venían atrás. Nunca habían necesitado un pretexto para hacer eso antes, ahora mi aniversario les daba dicha excusa. A diferencia de las docenas de veces anteriores en está ocasión no planeaba caer sin dar batalla. Pero mi pésima condición me hacía ver la realidad antes de poder decir que perdí con dignidad. Es increíble lo rápido que podemos escapar del centro de la ciudad cuando activamos el modo supervivencia, había perdido el número de cuadras y colonias, entré en un zona muy olvidada y retirada de todo a lo que conocíamos; sentía como si los muslos me fueran a explotar por correr tanto. Giré en un pasillo muy largo, jamás había estado ahí. – ¡Detente marica!-  escuché tras de mí, obviamente no lo haría. Esa zona había sido considerada como parte principal de la ciudad a principios de su fundación, actualmente consistía en casas y edificios olvidados, los nuevos estilos habían hecho que todo el mundo olvidará el arte colonial. –Para ahí enano.- Me grito Roberto. –También quieres jugar al calzón chino, verdad.- No tenía vuelta atrás, había hecho enfadar al león y si quería contar mi siguiente cumpleaños tenía que salir vivo de esta. Llegué al final del pasillo, no había nada, puertas y ventanas, todo cerrado. Sólo bajando la calle había un pequeño hueco en el viejo portón de madera. Entré a gatas mientras sentía como una mano intentaba arrastrarme desde mi huída. Por primera vez mi tamaño había resultado una ventaja sobre esos granujas.
Atravesé un par de amplios cuartos, la casa no se vía tan abandonada como lo aparentaba por fuera. Vaya lugar tan habitable me fui a encontrar. Cruzando la mitad de la casona fui a terminar en un gran zaguán. La cantidad de plantas que lo rodeaban era impresionante. Enredaderas, flores, arbustos, helechos colgando por doquier; un techo enyerbado impedía que los rayos del sol cayeran directamente sobre el suelo y en medio de toda esta selva una fuente que por increíble que pareciera chorreaba un constante liquido tranparente. Era el bebedero perfecto, se notaba limpio y mágico a la vez. Estaba tan impresionado por el lugar donde fui a encontrar que no alcancé a distinguir por cual dirección salió el puñetazo que me hizo caer. Al incorporarme Roberto y sus cuatro compinches me tenían rodeado. El intento de huida había llegado a su fin. Dos de ellos me tomaron por cada brazo, no había escapatoria.
Los primeros tres golpes habían sido considerablemente serios, pero nada que no hubiera probado antes. Al parecer la gran carrera había provocado un enojo aun mayor en mis perseguidores, por lo general con esto bastaba para dejarme e irse riendo por su canallada. Esta vez no parecía que tuvieran intención de terminar pronto. Un puntapié me hizo caer de golpe mientras otro empujón me remataba en el piso, mi único acto de defensa fue hacerme un ovillo y esperar, esperar a que todo se hiciera silencio…


No recuerdo nada después de ese último golpe, desperté sobre una cama formada con hojas, plantas y algunas ramas de árbol. Sobre un pequeño buro una taza con alguna bebida caliente y con un olor muy particular descansaba mientras me invitaba a darle un sorbo. No sabía por qué, pero ya no sentía nada. Los golpes, raspones o moretones con los que esperaba despertar no existían. Nada. Como si nunca hubiera intentado pelear.
-¡Arriba flojo, tenemos mucho que hacer contigo!- La voz sonó justo frente a mí, de las sobras de un viejo armario emergió un hombre con vestimenta nada común. Llevaba un viejo saco y chaleco para cubrir su camisa blanca,  pantalón de vestir y un muy antiguo abrigo desgastado; sobre su cabeza un sombrero de copa daba forma final a su atuendo. Todo en él aparentaba tener años guardado, todo excepto su cara. Su rostro era tan fuerte y afable que se veía incluso más joven que mi padre. – ¿Vas a quedarte viéndome toda la tarde o vas a ponerte de pie y hacer útil?- Salté y como pude controle mi curiosidad. El hombre salió por delante de mí y me condujo al patio donde había estado tirado hasta mi último recuerdo.
        
         Durante los días siguientes no hubo tarde en la que no fuera a visitar al viejo mago. No me dijo su nombre, me refería a él como Señor, me explicó que me había visto entrar en su casa y al ver que otros chicos saltaban la barda de su jardín salió a ver lo ocurrido, él me defendió y expulsó a Roberto y sus amigos. No tenía familia ni amigos, tampoco se había casado, en sus mejores tiempos había sido un gran mago reconocido por varios circos y se presentó en grandes ciudades. Después de haber salido lastimado en un accidente sus años de fama llegaron a su fin. Sólo le quedaba la casa que sus padres le heredaron, una vieja colección de carteles donde recordaba sus funciones y un montón de ropa vieja que en su tiempo vestía como muestra de su talento. No aparentaba la edad que yo creía, si los carteles y fotos viejas no mentían eran de hace más de ochenta años, aunque mi nuevo amigo aparentaba la mitad de ellos.
         Su plan, según me había dicho, era ayudarme a salir del hoyo en el que estaba. Nada de volver a esas clases extra, de ser tímido y perseguido por otros. De ahora en adelante sería su alumno, aunque no sabía en qué o para qué exactamente. -Empezaremos con hacerte más interesante.- Dijo con voz firme de quien sabe que paso seguirá al ejecutar el primero.
A diario escuchaba sus pláticas sobre mujeres y aventuras en bares, leíamos juntos y escuchábamos sus antiguos discos. Me decía que ropa usar y si me atrevía a llevar algún suéter o gorro que no le pareciera de su agrado lo usaba para encender la chimenea. Los problemas en la escuela empezaron a desaparecer, por extrañas razones las clases de la señorita Vásquez dejaron de existir. Roberto no volvió a buscarme e incluso me evitaba al pasar por los pasillos del colegio. Todo mejoraba como pasaban las tardes en su compañía, tampoco en casa me preguntaban dónde pasaba mis horas. Hasta me felicitaban por lo bien que resultaba mi nueva actitud.
Una tarde, antes de irme de la casa del antiguo mago me preguntó algo muy interesante. -¿Por qué no te buscamos una novia?-
Al día siguiente observe con mucha atención a cada una de mis compañeras de clase, esperando encontrar en ellas alguna señal que me indicara mi mejor opción, no entendía al mago, pero como dijo, para esto no hay límites. Confiaba en él, pero no en mí. Al final del día de clases no había encontrado ninguna chica para darle un nombre a mi maestro. Me dirigía hacía la olvidada zona pensando en si mentirle y dar el nombre de Sara, la chica más popular de la escuela o de Bertha, la más lista de la clase. Ninguna me convencía, pero sino llevaba un nombre era posible que se enojara conmigo. Iba a decidirlo con un volado, cara o cruz. Sara o Bertha. Arrojé la moneda al aire y gracias a mis torpes reflejos la monedita salió rodando por una calle en pendiente. Corrí tras ella ya que era mi único presupuesto para volver en autobús al anochecer. El metal fue a estrellarse al final del camino en una casa enorme, tan grande que no alcanzaba a ver el final de la azotea. Un tocadiscos sonaba alegremente y gracias a las lecciones del viejo mago logre reconocer la pieza. Sonata para violín y piano de César Frank. Seguí el escape de la música y me condujo a un gran ventanal, ahí se encontraba el único movimiento de la habitación. Una joven bailarina practicaba su rutina de ballet con la gracia y sutiliza que sólo se obtiene con años de ensayos. Bastaron sólo esos pocos instantes para saber que era ella, di media vuelta y salí corriendo hacía con el mago. No sabía su nombre pero tenía que ser ella la chica que sería mi novia.
-Buena elección niño- Me confortó el señor.
Al día siguiente había invitado a la chica a conocer la casa del mago, la joven había aceptado gustosa, pasaba por ella a las cuatro de la tarde, justo después de sus clases de ballet. Pasábamos horas caminando por los pasillos de la casa del mago, era tan grande que cada día descubríamos una nueva habitación que nos tardaba más de dos días por ver todo su contenido. Libros, fotos, ropa, juguetes viejos, discos, colecciones de todas partes del mundo reunidas como herencia de los padres del mago se escondían por todos lados. A veces no necesitábamos hablar para saber que me encantaba la compañía de la chica, una semana después empezábamos a caminar juntos de la mano y un viernes antes de irnos de ahí, junto a la misma fuente del zaguán me beso.

Los siguientes meses fueron los mejores de mi vida, nada de problemas, todo era una sorpresa cada día. El ciclo escolar estaba por terminar y el verano me hacía pensar en todo un mes entero en casa del mago y en compañía de mi pequeña bailarina.
“Gracias por salvarme, ahora te toca a ti continuar la historia. Siempre habrá a quien ayudar, no dejes que termine la leyenda.”
Atte. Benjamín, El Grande.
La nota descansaba sobre la misma fuente en donde todo había empezado, el correr del agua se había detenido. Ese día no había encontrado a mi bailarina, pensé que estaría aquí, junto al mago para empezar mi verano. No entendía nada, qué significaba esa nota. Dónde están ambos. Busqué por todas partes, pero no encontré a nadie, grité hasta que sentí que mis cuerdas vocales quedaron al borde de dejarme afónico. Nada. Ni una respuesta. Me dirigí a la puerta de salida cuando la tarde ya había terminado, intento girar la perilla y mis dedos se resbalan sobre el metal, no puedo tocar la puerta. Me agacho para salir gateando como cuando entré la primera vez, puedo ver la salida pero no logro avanzar.


Epilogo

A la mañana siguiente del cumpleaños de Santiago el diario local dictaba así. “Otro joven más que desaparece en la vieja zona colonial de la ciudad. Sus compañeros de clase no han sabido explicar quién era el hombre que los asusto al jugar en las casas abandonadas, se les pide a los padres de familia impedir que sus hijos jueguen entre esos edificios. Ya son más diez casos similares”.

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