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Primordio

Mi vida y mi familia siempre las consideré especiales, por no decir raras. Por ejemplo yo. Niño no tan alto ni tan bajo, cabello chino, no jugaba bien al fútbol y tenía miedo a las alturas. Lloré con el Rey León y no me gusta cumplir años. Después estaba mamá, la mujer más inteligente que he conocido, es una enciclopedia andante; siempre firme; es la madre que en lugar de jugar con su hijo optaba por darle un libro a una pelota. Gracias a su profesión de Maestra nos trataba como si fuéramos sus alumnos, a veces a gritos, a veces a reclamos, como tierna educadora o juez de la suprema corte. Debido a mi futura existencia se casó muy joven con papá. Papá, venía de una familia de doce hermanos, fue el único que terminó una carrera universitaria y consiguió salir y regresar con orgullo del pequeño pueblo donde creció. Siempre trabajando rara vez tenía tiempo para conversar conmigo o enseñarme cómo patear un balón. He llegado a la conclusión de que lo pensador y ensimismado lo heredé de él. Puedo pasar demasiado tiempo en su compañía sin pronunciar palabra alguna y aun así quiero pensar que está concentrado para decirme algo genial o sorprendente. Y por último estaba Itzel, Itzy, mi hermanita. Entre todo el caos de mentes e ideas perturbadas estaba esa… personita mágica, que con pequeños ojos negros, estatura de duende y risa de gatito alegraba la casa. Era, fue y es, la cosa más maravillosa que he visto en este mundo.
Mi infancia fue buena, supongo. Crecí con esas cosas que por lo general se repiten en todo niño: comida de la abuela, cuidados de las hermanas menores de mamá, aprender a dibujar y escribir en el jardín de niños, un perro como mascota y cada año tener las respectivas fiestas familiares. Navidad, Año Nuevo, cumpleaños.
He aprendido que lo más importante en esta vida es el amor. Es de lo que se habla en películas, libros y anécdotas diarias. Es de lo que trata la vida, todo gira en torno a esta destructiva pero emocionante aventura. De niño siempre creí que la mayoría de las niñas a las cuales conocía eran amables, lindas, tiernas, inofensivas y todas esas cosas que uno suele pensar de las chicas cuando las ve. Compañeritas que no pelean, ni hacen tantas peladeces como nosotros los niños, todas unas finas damiselas. Lo sé, fui un pobre ingenuo engañado, pero entiéndanme, estaba en preescolar. Quién pudiera imaginar a la edad de cinco años que una simple mortal de su sexo opuesto pudiera hacerle tanto daño.
Eternamente fui un romántico, tuve mi primera novia de chocolatito en segundo grado de Kínder; cumplía los cinco años de edad y mis alocadas hormonas empezaban a hacer de las suyas. Gustaba de presumir a la pequeña con mi padre, la niña no lo sabía pero éramos como Romeo y Julieta sin serlo. Mejor dicho, éramos como esos personajes de animes japoneses que veíamos de niños, imaginaba que como Misty y Ash, ambos emprendíamos un viaje hacía el desconocido mundo, obviamente dejando a Pikachu en algún albergue o casa de asistencia. No recuerdo su nombre, tampoco el día en  que iniciamos o terminamos nuestra relación, mucho menos la fecha de la primera cita, si es que hubo primera cita. Al parecer mi inicio en las relaciones amorosas duró tan poco como para recordar esos detalles cursis y empalagosamente tiernos que nos agradan y agobian. Por el lado bueno, eso evitó que tuviera algún complejo o trauma emocional en un futuro. O eso quiero creer… Obviamente esa correspondencia imaginaria, si me permiten llamarla así, era claramente una muestra de ternura y cariño, no de esa imitación que los supuestos especialistas llaman amor.
A diferencia de esa reacción química entre el cerebro y otros sistemas de nuestro cuerpo que explican cómo las mariposas en el estomago no son más que señales internas, dopamina y otras sustancias con nombres aun más raros que las mujeres, mi relación y la de cualquier infante fue más real que cualquier explicación de laboratorio. De hecho, cuando se es niño, nuestra inocente cabecita nos hace ver todo con ojos de amor, ese en su forma más pura posible. Con el paso de los años fui formando un concepto sobre qué es el amor y una definición sobre cada individuo. Esto ocurre en todas las personas; nuestra mente va conformando una larga lista de cosas que queremos, las que nos gustan y nos agradan y de la misma manera seleccionamos sus contrapartes. Somos seres selectivos por naturaleza, si algo nos gusta lo queremos en el instante y por el contrario somos capaces de botar todo aquello que consideremos inservible. Dentro de este hermoso y pecaminoso mundo, no todo está perdido; hay un solo lugar donde todo es posible: los sueños. Se dice que al dormir tenemos sietes lapsos de sueño y en cada uno vivimos una ilusión diferente. Son tan rápidos que llegan a durar algunos cuantos segundos, y lamentablemente, cuando despertamos para caer en la realidad, nuestra mente sólo es capaz de recordar el último. No culpo a la mayoría por perder tan fácilmente la fe en ellos, debido a esto una gran cantidad de personas llega a sentir que nunca encontrará a su Príncipe Azul o Princesa de cuento de Hadas. Adiós felicidad de novela.
Otros, como en mi caso, llegamos a enamorarnos de un ideal, un sueño inexistente, fantasioso, hermoso e incomprensible y por esto nos negamos a conformarnos con la realidad.
Hace mucho, cuando todavía era un pequeño, tuve una visión, era uno de esos sueños raros donde te ves a ti mismo en un camino largo, perdido y sin compañía; vagando hasta que percibes esa visión. Era ella. Mi Princesa de Cuento de Hadas. La chica de mis sueños, como se menciona en tantas películas, libros y canciones. Aunque mi mente abarrotada de caricaturas, fútbol y estampitas no me dejo comprender lo bello de esa  ilusión hasta mucho tiempo después. Pasado un largo, largo tiempo, he llegado a la conclusión de que ahora tengo un ideal, en mi retorcida y lunática imaginación está lo que quiero. Tal vez no vi su rostro en el primer sueño ni en los demás, porque hubo más de uno, pero vi sus formas, su alma y no me pude contener. Sé que ella estaba ahí y era increíble.
Los años pasaron, caí en la normal y aburrida conclusión a la que llegan casi todas las personas cuando se refirieren a sus sueños. Que todo había sido una quimera romántica, una ilusión nada más. Incluso deje de tomarle atención, iba a dejarla en un plano perdido de mi subconsciente, hasta cierto día, una tarde tan común que se hizo memorable. En esta realidad, donde vivimos todos, estaba ella, mi sueño materializado, mi añorada realidad.
Quien no tiene un ideal no tiene una vida, yo la tengo a ella y es más que cualquier ideal. Supérenme si es que pueden.
Nunca olvidaré aquel día. Lo recuerdo como si fuera la escena del mejor libro de Nicholas Sparks jamás contado. Ese instante fue y será el momento más especial que mi yo interno se aferra a no olvidar. Las ocasiones en que la imagino, las noches en que le sueño, la tarde cuando la vi por primera vez, todo en conjunto forman esa hermosa casualidad donde coincidimos con el destino para ir por un camino igual montones de años. Las incontables ocasiones en que fortuitamente nos topamos en calles, bares y eventos por toda la ciudad, por el mundo; cada momento desde ese día forman parte de ésta historia. Tan real como mis sueños, su existencia y mi afán por encontrarla una y otra vez. Me es imposible olvidarla y al mismo tiempo es por quien volvería a sentir esto una y otra vez.


Comencemos por donde se debe, desde el inicio. Primavera del 2007…
 
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