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Estaciones: Verano

Flaca. Vol 1

"Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo escaso. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura el regreso. Honor y reconocimiento en caso de éxito"

Hace tiempo, cuando este anuncio salió a la luz, hubo más de cuatro mil aspirantes. Apuesto que la mayoría se sentía como yo en este instante.

Hay cierta teoría romántica que afirma que es más efectivo una situación de riesgo que un cortejo de todo un año. Entendamos por situación de riesgo algo más que el cliché de Hollywood, dejemos atrás la isla desierta o escapar de un cártel de narcotraficantes. Para nosotros, los humanos reales, esta situación se encuentra en algún problema de carretera, cierto día en el bosque, un examen importante o como en mi caso: un viaje escolar. Ella no fue para mí ni la más bella; tampoco la que me amó más, ni a quien más quise, pero me dio un amor eventual, de esos que duelen por lo corto que duran. Como estrellas fugaces que ves desde la ventana y por brillar tanto las creemos cercanas. Tuve su amor, ese amor que se hizo lejano y artificial. Tan parecido a las postales de la playa donde todo empezó. ¡Maldita sea! Carajo, tuviste que estar en mis brazos sin ser mía, invitarme a ser tu pareja sin serlo y atreverte a ser esa persona que con tan poco llenó un vacío. Por eso aún pienso en ella, no me dio un amor largo ni fuerte, no era la más guapa y jamás fue mía, sin embargo fue con quien me emocioné así.



Mi único plan para pasar el verano del 2014 era ir a uno de esos congresos donde todos sabemos que lo importante no se encuentra en las conferencias sino en lo que pasa después de ir a la fiesta inaugural. El calor empezaba y todo en mi vida pasaba sin novedad, hasta que ella apareció. Fui un idiota por no ver las advertencias o hacer caso omiso de ellas. Su nombre era una combinación de miedo, el mismo apellido de quien para mí, era mi ideal desde adolescente y el primer y único nombre de la que abatió mi corazón hace tiempo. Era obvio que esto se considera una advertencia divina, como un aviso de neón con la frase en letras fosforescentes: Peligro de muerte. No adentrarse.  Como todo lo peligroso es tan tentador me cegué a propósito.

Relataré desde el inicio. Mayo, miércoles 21, maldito número; tanto me gustaba.

Por alguna extraña razón me sentía identificado con su forma de ser, la había visto de vez en cuando por los pasillos, entre clase y hora libre estaba ahí, sentada o haciendo algo que solo en ella se veía lindo. Quería que me conociera, lo único que sabía era su nombre y que sus ojos eran preciosos. Verdes con el sol, azul y amarillo en la sombra. Las cosas se dieron gracias a ese viaje de playa, típica excursión que realizan en la escuela con algún fin pero que en realidad el tema principal se encuentra en la barra del antro o en la cena callejera de media noche. Al saber que tendría cinco noches y cuatro días para entablar amistad con la susodicha chica me dispuse a ser lo más agradable y atento con ella, me esforcé en mi mejor versión y por primera vez, tener como objetivo los labios de ella posados sobre los míos.
Todo empezó la noche del miércoles y para el jueves en la madrugada ya nos habíamos conocido. Fue dormir juntos en un camión, lado a lado, asiento con asiento, el mismo dolor en las nalgas por las más de catorce horas de viaje. Compartir el amanecer, la comida, las charlas y velar su sueño; viajar por carreteras para al final ser el tema principal de la conversación del otro.

(Si algún lector es padre, no olvide mandar preparado mentalmente a sus hijos cuando este les diga que va a un "congreso con fines académicos" a la playa con nombre más playero que existe en nuestro país: Mazatlán.)

Después de haber pasado literalmente noches juntos (nada comprometedor, ni subido de tono) los días con ese bello clima hicieron que la viera aún más bonita de lo que aparentaba.

Noches de antro en el Señor Frog's. Visitar el acuario, la playa, encontrarnos en el ascensor del hotel, inesperadamente despertar y compartir habitación, era el guión cliché de cualquier película adolescente de amor de verano... No terminamos juntos, no todavía. Recuerdan la situación de riesgo de la que les comentaba al inicio, bueno, sacar borrachos de un antro y cuidarla en las noches entran en la situación real para humanos reales.

Regresamos a nuestra ciudad, donde sin playa o mar seguimos conviviendo como en aquel viaje. Poco a poco los compañeros se empezaban a dar cuenta de nuestra relación, la cual iba más allá de amistad o compañerismo. Sin formalizar nada para no perder la emoción de estar el uno con el otro avanzaron los días, las semanas y de un día para otro, ya era mi chica y yo su chico. Malditas relaciones millenials. Para hacerlo aún más oficial, me pidió ser su pareja el día de la graduación...

"Pero, en definitiva, ¿Qué es lo nuestro? Por ahora, al menos, es una especie de complicidad frente a otros, un secreto compartido, un pacto unilateral. Naturalmente, esto no es una aventura, ni un programa, ni -menos que menos- un noviazgo. Sin embargo, es algo más que una amistad. Lo peor (¿O lo mejor?) es que ella se encuentra muy cómoda con esta indefinición. Me habla con toda confianza, con todo humor, creo que hasta con cariño."
-Benedetti.

-¡Olvidaste comprar la corbata!
-¿De qué color era su vestido?
-¡Rojo!
-¡No, güey era azul!
-Carajo, ahora ve y compra una o vete así aunque no combines con ella.
-Debo quedar bien, van a estar sus padres, abuelos y no sé quién más en la misma mesa.
-¿Seguro que quieres ir? No llevas ni un mes con ella. Jamás das este paso.
-Le llevaré flores...

Su vestido sí era azul, el sujeto de la tienda de trajes como profeta y primer maestre, armó para mí una combinación  perfecta para vestir como su pareja aquella noche.
Llegué un poco tarde, pero tenía que conseguir el ramo de flores lo suficientemente decente como para ser digno regalo de graduación.
Me presentó ante sus padres, sus abuelos, los amigos de sus padres, familiares mixtos que llegaron de no sé dónde y a sus dos mejores amigas. Que de no haber sido porque en serio estaba convencido de que estaría con ella por mucho tiempo hubiera charlado más con la divertida chica del vestido amarillo.

La noche resultó como si la hubiera escrito John Green pero sin el cáncer como antagonista. Risas, cena, diversión, bailes improvisados y entre las miradas perversas de sus compañeros hacia mí, la noche terminó de maravilla. Como chisme de rancho la malaria se expandió y fuimos tema de conversación entre varios grupitos de personas.

El verano estaba en plena canícula, días calurosos, tardes frescas, nos veíamos de tres a cuatro días por semana. Bendito y maldito WhatsApp, que nos alejas y acercas de quien queremos. Todo iba más que genial, hasta que como Ícaro, volar tan cerca del sol te hace caer de hocico y sin meter las manos.

Entre pretextos adolescentes y excusas sin fundamento, al menos para mí, ella se fue. Tuvo una crisis existencial donde el graduarse de la universidad y la presión de qué hacer con su vida fue demasiado. Me dijo que se iba a estudiar algo más, encontrarse a sí misma y en el fondo me daba gusto, pero niña, eso se dice desde la primea cita. ¿Qué quieren que les diga? Siempre es más sencillo para el que se va decir adiós. El que se queda tiene que soportar los mismos lugares, las mismas personas, los olores y toda esa clase de cosas cursis que nos recuerdan que ya nada será igual.

Al final todas quieren ser tus amigos, malditas... Ya lo veía venir, desde las idas al cine pedías el combo "amigos". Hoy termina el verano otra vez, también es 21 y es más que obvio que mi Realismo Mágico no tiene lunas rojas o terremotos como el universo de García Márquez, pero tiene fechas reales, solsticios y equinoccios. Personas de carne y hueso y que mientras ella ahora está en algún lugar del mundo siendo azafata, montando a caballo o casándose, sigo aquí, donde me dejó, en una autoregeneración emocional, escuchando al santo patrono de la autoflagelación y el sufrimiento: Juan Gabriel.

SI hay algo que no olvide, son sus ojos verdes. La terapia no termina, pero el verano sí.
 
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