Lloviznaba en el centro de mi ciudad e igual que todos los días al salir de la secundaria me dirijo a tomar la ruta con rumbo a casa. Camino por un costado de la Alameda central, voy sintiendo como las gotas caen sobre mi rostro. Me van lavando de las clases, el aburrimiento y la monotonía del día. Doblo a la izquierda en la siguiente esquina, avanzo una cuadra
más y llego totalmente empapado al muy famoso puesto de revistas donde espero
el autobús. Es un día sin nada en especial tan normal y banal como los anteriores, hasta que la vi. Era ella, la chica
del segundo grado a la cual no me atrevía ni si quiera a acércame.
¿A caso eran
esos labios rojos, que sería pecado no querer comerlos en ese instante o son sus
ojos color miel de sol los motivos por los cuales estaba tan dichoso al verla
pero al mismo tiempo tan torpe? Sea cual fuesen los motivos de mi actitud, en ese instante me encontraba
fascinado al mirarla; saber que todos los días la encontraba por los pasillos
de la escuela con el uniforme que solo a ella le quedaba tan perfectamente bien... Y ahora la tenía ahí, a solo unos pasos de mi, mojada, agitada y con una mueca en el rostro de muñeca enfurruñada. Su pelo estaba tan desalineado que aparentaba ser una bailarina al terminar su entrenamiento y aún así se seguía viendo tan sexy.
Sabía perfectamente que subiría al mismo camión que yo. No era la primera vez que coincidíamos. Ni tampoco la primera vez que compartíamos autobús.
Siempre
quise hablarle, presentarme, saber su nombre, conocer de ella y esconderle mi vida, pero nunca había tenido el valor suficiente
para hacerlo.
La ruta a llegado y como
zombi subo tras ella. Se sienta en uno de los primeros lugares del frente. El destino parece estar de mi lado, junto a ella no hay nadie más. Tomo asiento a su lado sin decir o hacer nada. Me sudan las manos mientras
pienso en cómo pedirle la hora para comenzar conversación o preguntar si me puede ayudar en un tramite escolar. En el preciso
momento en que mis labios se preparaban para pronunciar sonido alguno la joven toma su bolso y del
fondo de éste saca un libro que empieza a leer profundamente. Me quedo con los
intentos de palabras en la garganta. Me ahogo en mis propios versos.
Continuamos avanzando, entre calles y avenidas de reojo veo a la
dulce niña y sensual mujer que tengo a mi costado. Verla leer es algo mágico, parpadea al ritmo de su respiración. Ni muy lento o muy rápido, a un paso que va acompañado por un vals de fondo. Las mujeres para nada son tontas, saben perfectamente cuando alguien las esta observando, ella nota mis vistazos y de repente deja el libro abierto en la contraportada por mucho tiempo, imagino que espera que
lea las lineas escritas: “Esmeralda Montalvo” con tinta rosa en una caligrafía muy digna de una chica de su
edad se ve en la pagina que ella me muestra. Faltan solo unas calles para que ella
terminara su viaje, el tiempo se termina. No hago nada, solo moverme y dejarla salir de nuestro espacio, la sigo con la mirada al bajar, se aleja dando pasos alegres del camión.
Siento un rayo de valor caer directamente en la parte central de mi cerebro, con fuerza me levanto, salgo del autobús en inicio de su movimiento. La sigo sin pensar, sin razonar, solo un impulso me mueve: su nombre. La lluvia cae con más fuerza, al parecer el clima me dará batalla esta tarde. La joven apresura el
paso, hace esfuerzos inútiles por evitar mojarse, da vuelta en la siguiente calle, corre más fuerte. Acelero para alcanzarla y lo logro. Estoy apunto de gritar su nombre al viento y al cielo cuando lo que veo termina con mi ánimo de un solo golpe.
Al fin de la calle hay una casa con un pequeño pórtico de color verde, ella está ahí, unida cariñosamente a un joven algo mayor que yo. La lluvia los funde es una sola alma, yo me derrito en mi soledad.
Nunca me enteré sobre si su nombre era o no Esmeralda, ni si el chico ese era o no
su novio; al año siguiente ella ya no regreso a la secundaria. Ese fue el último día en que la vi, con la lluvia me deje ir.
Ahora voy escribiendo y recordando desde el autobús, la misma ruta donde la admiraba, anhelaba conocerla y deseaba desde hace cuatro
años. Lo hago para no perder el recuerdo de la jovencita que me empapo en una ilusión.
Hasta siempre Esmeralda...
¡Esperen! Una chica acaba de subir. Tiene ojos miel, labios rojo cereza que muy familiares me
parecen; la cara está más alargada, afilada y con facciones un poco diferentes pero
esos andares de bailarina me recuerdan tanto a alguien más.
Se sienta en la primera fila, saca un libro y comienza a leer, esta sola.
Iré a pedirle la hora…
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