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Mi Endorfina

"Te quiero no por quien eres, sino por quien soy cuando estoy contigo" 
Gabriel García Márquez

       Se dice que las mujeres más hermosas del planeta producen vértigo, a mí ella me hace volar. Apareció hace poco más de un mes en la décima temporada de mi vida. Le conozco poco hasta la fecha, aun no sé su nombre completo y ya me ha gustado tanto. Ha venido a ser la solución contra mis males, la Doctora con la cual quiero ser el paciente eterno y sobre todo, la Endorfina que sana el dolor de mi cáncer crónico. Me alegra tan sólo con su presencia y su carisma lo llevo dentro de mi para tenerla cerca cada día. Me siento enfermo y necesito de mí medicina... sí ella.

-Ven, alivia mi dolor y vámonos lejos de aquí, tomemos el tren y alimentemos pichones por todas las plazas del mundo.

       Odio ilusionarme tan rápido. Debería de existir una ley que impidiera ilusionarnos de alguien al instante o al menos, se debe crear un tipo de seguro de vida para el corazón. Si la vida humana por más simple que sea tiene sus propias compañías de seguros, por qué no ha de haber una para el corazón. Tengo miedo, lo admito; cuando se vuela tan alto la caída duele más. Quiero que esto sea lo mejor, no como la última vez.

       Regresando al tema de mi Endorfina, ella es... ¡mágica! Esta loca, de una locura que me encanta. Es de esas personas con las cuales sin motivo alguno te sientes a gusto, sabes que puedes estar con ella por mucho tiempo y no te aburrirás nunca. Su sonrisa me contagia y eso es suficiente.

       -Estoy loca- me repite una y otra vez.
  Si es así vayamos al manicomio que me encerraré contigo. 

       Me encanta que hace mi risa estallar, la manera en que con sólo saludarla o chatear un poco con ella cambia mi día por completo. Es fantástica, desde el dedo pequeño del pie hasta la punta de sus castaños cabellos. Aun no le he dicho que le quiero -pero ya lo debe saber- la quiero desde el primer día, desde el primer instante que me hizo sonreír de nuevo. Hace mucho tiempo que no aparecía alguien como ella en mi vida.

       Soy como Slash y al mismo tiempo me considero Neruda; sólo que soy un tipo sin ningún premio ganado o concierto dado.

       La veo en persona solo un día a la semana: los sábados. Ese momento ha pasado a ser mi día más anhelado. Aunque a penas van pocos días que la veo, ya quiero volver a verle.Verla después de la tediosa semana es el mejor de los premios. Por la mañana me levanto quince minutos antes de que timbre el despertador y mi único pensamiento es: "levántate de la cama flojo que vas a verla." Cada sábado desde que ella entró en mi vida es así. La fotografía en su red social, ¡oh esa fotografía la conozco de memoria! al fondo tiene una replica de una de mis obras favoritas: La Noche Estrellada de Van Gogh. ¡Cuántas noches así nos esperan! Ella está en el centro, lleva unos jeans azul claro y una blusa con la cual aparenta ser un dulce de caramelo, en su cabeza, un lindo sombrero a cuadros le protege la cabellera; mientras a los costados su corte de cabello le enmarca el rostro... su cara, que con esa hermosa sonrisa engalana la obra de arte jamás creada por pintor alguno.

       -Eres bien bueno- me dijo una vez, espero que le agrade lo que hago o tolere con agrado. Ella estudia Química, para ser exactos, Ingeniería Química. Supongo que por esta razón tiene la fórmula exacta para todos mis achaques.

       El último fin de semana que estuvimos juntos nos abrazamos y confieso que desde entonces me gusta aun más. Fue tan cálido, como fundirnos por uno instante en un espacio diferente. Donde el mundo se puede caer a pedazos y la humanidad desaparecer por completo y sin embargo nunca nos separaríamos. En esa ocasión pude tomar su mano, no una ni dos, sino varias veces durante el tiempo que pasé con ella.

-Me encantaría avanzar contigo por toda la ciudad, conquistar el mundo y el universo entero.

       Sobre mi total debilidad por su belleza es algo que no sé disimular. No me mal interpreten, no sólo es su físico, también es inteligente, demasiado diría yo. Ella sabe que me gusta, casi puedo estar seguro de eso. Mientras hablo solo puedo ver directamente sus ojos, mientras el gentío presente se encela de ella. Perdón si mi atención es hacía con ella, me es imposible de otra manera.

-Quiero tatuarme de ti para siempre.

       A veces pienso que voy muy rápido, que solo soy uno más. Pero cómo no darme cuenta de su cariño si es evidente. Está tan cerca que la veo a mi lado. Jugamos a ser humanos en una habitación de papel. Escucho mis quejidos y ella esta ahí para consolarme. Finjo que no me gusta estar a su lado, que puedo estar solo y entonces... me muero por echarla de menos. Porque quiero ser su novio, su mentor, todo a la vez. Me convertiría en el mejor guitarrista para enseñarle a tocar, cantar y hacer todo juntos. No soy lo suficientemente bueno para estar dentro de ella y al mismo tiempo no pienso en otra cosa que en darle un beso. Que me rompería la mano izquierda a cambio de abrazarle y regalarle un beso cada mañana, mientras al final del día recorro su cuerpo con mis labios.Voy a hacerla delirar, voy a darle mis mejores días, a ser siempre el más importante de su pared.

      Gracias por aparecer en mi vida, por hacerme reír y ser tan dulce con este miserable. No quiero no estar a tu lado. Has calmado mi angustia, lleguemos hasta el final, vamos a darnos la mejor sonrisa y cuando te vuela a tener voy a ser mejor que ayer.

       Tengo miedo, miedo de equivocarme y que no sea la chica que imagino. Miedo a mal interpretar la situación. Miedo a que solo sea yo el que anhele la compañía del otro. Necesito de su presencia, quiero que crea en mí como yo en ella.

-Te invito a que escribamos juntos nuestra historia, quizá no será perfecta pero te puedo asegurar que los de Crepúsculo nos quedaran cortos.

Ella es mi Endorfina.

Crónica de un examen anunciado

      El día en que iba a reprobar, Pollo se levantó a las 5:30 para ir a tomar el autobús que lo llevaría a la escuela. Había soñado que viajaba por Europa junto a la guapa de Ángela Franco. La joven con la que compartía clase de Cálculo. Por un instante en ese sueño, Pollo fue feliz. Pero al despertar se dio cuenta de que tenía que enfrentarse a la cruda realidad. Siempre soñaba con ella, la veía llegar a la escuela, acomodarse el cabello, jugar y reírse junto a sus amigas. Sabía exactamente donde se sentaba y qué pedía en la cafetería. Ella era su admiración.
Ella...
Y ahí estaba Pollo, recargado en un helado poste de la calle esperando en una mañana de Noviembre el autobús para asistir a clases. El frió era penetrante, calaba hasta los huesos. La noche anterior Pollo se había quedado hasta muy tarde platicando con Ángela por chat. Ahora estaba desvelado, aparentaba ser un mapache drogado y golpeado, pero no importaba. -Para qué dormir si puedes soñar despierto junto a ella-pensaba para sus adentros.


Todo había comenzado desde el primer día de clases, cuando ella entró al mismo salón que él y tomó asiento a su lado. Fue amor y curiosidad al instante. Ángela Franco, tiene grandes y mágicos ojos de extraño color, se podría decir que en la sombra brillan como dos esmeraldas y con la luz del sol cambian a un verde amarillento, es como ver dentro de un caleidoscopio. Fascinantes para cualquiera, ella los llama sus ojos color aceituna. Su cabello no se quedaba atrás, de un extraño color castaño descolorido desde la raíz a la punta, era como la más fina madera tallada enmarcándole el rostro. Y su rostro... tierno como durazno en primavera, dulce con solo mirarlo y con esa mirada franca como su nombre y segura de si misma. Era obvio que tenía muchos pretendientes. La chica nueva de la Facultad, bonita, vestida siempre en colores cálidos como cualquier amante de la naturaleza. El primer día Pollo tenía algo más que suerte, la clase de Cálculo empezaba muy temprano en un Lunes de Agosto. El salón repleto de gente no daba opción para elegir donde sentarse, solo quedaba un lugar vacío. Ahí se aplasto a esperar a que la maestra llegara. Un segundo después ella ingresaba junto a sus dos amigas. Increíblemente el chico que estaba al lado de Pollo se había equivocado de clase y salió antes de ser avergonzado públicamente. Ángela caminó y sin revisar en dónde quedarían sus amigas tomo el lugar vacío y se sentó junto a Pollo. La profesora llegó y empezó la cátedra. 

       Entre teoría de los números e importancia del calculo en la vida diaria, Ángela giró hacia la banca de Pollo; tomó su exacto, el cual lo usaba para sacar punta al lápiz y de una manera muy directa le recriminó por traer una navaja a la escuela. Pollo la vio de una manera desconcertada, cómo era que aquella chica que no le conocía tenía tanta confianza y atrevimiento con él. Sin saber que responder se rió de ella.
A la semana siguiente Pollo descubrió lo que más le gustaba de Ángela, fue en un recorrido en autobús. Ambos ya habían terminado clases y subieron para ir a casa. A esa hora el viaje se hacía más cómodo ya que no eran tantas las personas que subían en ese momento. Iban uno al lado del otro, usando los dos asientos para sí mismos. Pollo estaba acostado fingiendo  un completo sueño. Ángela tomó una posición más relajada, abrió su bolso y del fondo de este sacó un libro grueso que abrió en una pagina marcada previamente y empezó a leer. Pollo la miraba fijamente sin que ella se diera cuenta de su espía. -¿Acaso hay algo más sexy que una chica leyendo? -No se imaginaba Pollo nada mejor que esa hermosa postal.

Desde entonces su tarea no fue resolver problemas matemáticos, su único deber consistía en hablarle y saber de ella, conocer de donde venía, qué hacía y qué deshacía. Sus sueños y miedos. Todo lo humanamente posible por alcanzar. Conocerla fue la mejor tarea de todas.

Los meses habían pasado, Pollo conoció cada vez más a Ángela, ella descubrió lo mejor de él.
La noche anterior al examen habían tenido una vídeo llamada muy larga, hablando de lo trivial de las clases y lo místico de la luna; se contaron la historia de sus familias y lo que planeaban hacer una vez se terminará el semestre. Por algún motivo Ángela no reveló la prueba del día anterior, Pollo se había olvidado por completo de aquel examen. Parece increíble y lo fue. El tiempo dejo de ser parte de su vida, todo lo era ella. Su horario se acoplaba a las horas en que la podía ver. Eran las fechas finales, al siguiente día todo terminaba. Pollo dejo de pensar, esa noche solo podía concentrarse en verla. La una, las dos, las tres de la madrugada del miércoles. En menos de tres horas Pollo volvería a despertar para vivir la realidad soñada de su compañía. 

Siete de la mañana, Pollo ingresaba al salón como siempre. Nadie le había avisado, ni si quiera ella. Se sentó a esperarla como cada día. No apareció. La prueba final dio inicio, Pollo no sabía ni la mitad del examen final. -No importa- pensaba. -Verla toda la noche hasta dejarla dormir fue su premio. Ángela no volvió a clases, se dio de baja la semana entrante. Pollo... él ahora esta recursando clase conmigo.  Al menos se le ve feliz, por lo que sé, hoy la irá a ver a su nueva escuela. 

Su Maldito Perfil...
de Facebook


Ingresaba a la Internet, en la muy famosa red social, a horas en las que sabía no la encontraría, sólo para ver su foto de perfil. Sus álbumes, muro, todo lo posible por ver. Si se llegaba a conectar o publicaba algo que diera señales de su presencia en algún lugar detrás de un computador escapaba al instante. No me permitiría que ella me encontrara en linea. 

Hacía esto muy seguido. Siempre que la extrañaba. -Exacto- Todos los días. Me tome esa costumbre bastante en serio, incluso lo hacía automáticamente. Sin darme cuenta ya la observaba en píxeles moviendo el mouse con un solo click. Al menos no había llegado al extremo de hablarle borracho y permitirle que me mandará al carajo. Poco faltaba para eso. 

La suerte nos abandona cuando más la necesitamos. La extrañaba en todos lados, en cada instante. Aun así no imaginaba el momento de volverla a ver. Por meses llevaba haciendo esta actividad a diario. -Deja de stalkearla- me decían. No hago tal cosa, solo mantengo la imagen linda de ella en mi mente. Conocía de memoria ya muchas de sus fotos, sabía con exactitud la pose y gestos que ponía en cada pick. Era mi álbum mental. 

Cada momento de ocio era el mismo, verla, memorizar sus fotos, su sonrisa. Estaba totalmente desesperado, tenía que hacer algo. Mi hermana se burlaba de mi cada vez que me sorprendía admirando la belleza de ella a través de la laptop sobre mis piernas y mi baba cayendo sobre las teclas. Un día fue suficiente, no pude más, tomé mis armas: chamarra, celular, cartera y salí. No estaba muy seguro de lo que hacía. Me dirigí a su casa, no importaba que me recriminará o incluso que no abriera, tenía que verla en vivo y a todo color. Lo único importante era tener su rostro de nuevo. 


Abrió la puerta, me miró sorprendida, como ver un espectro.

-¿Tan mal me veía?

Me invito a pasar, estaba sola. Ninguno de los dos sabía cómo empezar a charlar. La tenía frente a mi. Por vez primera en mucho tiempo podía oler su rica esencia y dejar de conformarme con el monitor de mi laptop. 

Me repitió un par de veces lo sorprendida que estaba por verme, se acerco de golpe hacía mi, me levantó del sofá y me abrazó efusivamente. Podía sentir su calor inundándome el corazón. Después de tanto tiempo seguía siendo ella, la misma que conocí. Le dije que no tenía ni idea de cuánto la había extrañado, ella me dijo lo mismo. Estaba emocionada, no podía controlar su jubilo y se metió directo a la cocina en busca de una botella de vino para celebrar. Seguía siendo nuestra bebida favorita. 

Volteo a la mesita que está en el centro de la estancia, sobre ella se encuentra el álbum secreto de sus mejores fotos. Las que nunca se subirán a la Internet. Algunas de ellas yo mismo las tomé con esa pequeña Sony ciber shot morada que tanto le gusta. Lo único que mi mente y cuerpo hicieron en ese momento fue dirigirme hacia ese objeto de recuerdos. Lo tomé con firmeza entre las manos y en un siguiente instante me encontraba corriendo entre calles como ladrón. No me importaba su enojo, sorpresa o reacción. Sabía que enojaría pero no importaba. Tenía el mejor botín, porque ya no le pertenecía a ella, sus fotos eran solo mías.

La Ruta

Lloviznaba en el centro de mi ciudad e igual que todos los días al salir de la secundaria me dirijo a tomar la ruta con rumbo a casa. Camino por un costado de la Alameda central, voy sintiendo como las gotas caen sobre mi rostro. Me van lavando de las clases, el aburrimiento y la monotonía del día. Doblo a la izquierda en la siguiente esquina, avanzo una cuadra más y llego totalmente empapado al muy famoso puesto de revistas donde espero el autobús. Es un día sin nada en especial tan normal y banal como los anteriores, hasta que la vi. Era ella, la chica del segundo grado a la cual no me atrevía ni si quiera a acércame.

¿A caso eran esos labios rojos, que sería pecado no querer comerlos en ese instante o son sus ojos color miel de sol los motivos por los cuales estaba tan dichoso al verla pero al mismo tiempo tan torpe? Sea cual fuesen los motivos de mi actitud, en ese instante me encontraba fascinado al mirarla; saber que todos los días la encontraba por los pasillos de la escuela  con el uniforme que solo a ella le quedaba tan perfectamente bien... Y ahora la tenía ahí, a solo unos pasos de mi, mojada, agitada y con una mueca en el rostro de muñeca enfurruñada. Su  pelo estaba tan desalineado que aparentaba ser una bailarina al terminar su entrenamiento y aún así se seguía viendo tan sexy.

Sabía perfectamente que subiría al mismo camión que yo. No era la primera vez que coincidíamos. Ni tampoco la primera vez que compartíamos autobús. 

Siempre quise hablarle, presentarme, saber su nombre, conocer de ella y esconderle mi vida, pero nunca había tenido el valor suficiente para hacerlo.

La ruta a llegado y como zombi subo tras ella. Se sienta en uno de los primeros lugares del frente. El destino parece estar de mi lado, junto a ella no hay nadie más. Tomo asiento a su lado sin decir o hacer nada. Me sudan las manos mientras pienso en cómo pedirle la hora para comenzar conversación o preguntar si me puede ayudar en un tramite escolar. En el preciso momento en que mis labios se preparaban para pronunciar sonido alguno la joven toma su bolso y del fondo de éste saca un libro que empieza a leer profundamente. Me quedo con los intentos de palabras en la garganta. Me ahogo en mis propios versos.

Continuamos avanzando, entre calles y avenidas de reojo veo a la dulce niña y sensual mujer que tengo a mi costado. Verla leer es algo mágico, parpadea al ritmo de su respiración. Ni muy lento o muy rápido, a un paso que va acompañado por un vals de fondo. Las mujeres para nada son tontas, saben perfectamente cuando alguien las esta observando, ella nota mis vistazos y de repente deja el libro abierto en la contraportada por mucho tiempo, imagino que espera que lea las lineas escritas: “Esmeralda Montalvo” con tinta rosa en una caligrafía muy digna de una chica de su edad se ve en la pagina que ella me muestra. Faltan solo unas calles para que ella terminara su viaje, el tiempo se termina. No hago nada, solo moverme y dejarla salir de nuestro espacio, la sigo con la mirada al bajar, se aleja dando pasos alegres del camión.

Siento un rayo de valor caer directamente en la parte central de mi cerebro, con fuerza me levanto, salgo del autobús en inicio de su movimiento. La sigo sin pensar, sin razonar, solo un impulso me mueve: su nombre. La lluvia cae con más fuerza, al parecer el clima me dará batalla esta tarde. La joven apresura el paso, hace esfuerzos inútiles por evitar mojarse, da vuelta en la siguiente calle, corre más fuerte. Acelero para alcanzarla y lo logro. Estoy apunto de gritar su nombre al viento y al cielo cuando lo que veo termina con mi ánimo de un solo golpe. 

Al fin de la calle hay una casa con un pequeño pórtico de color verde, ella está ahí, unida cariñosamente a un joven algo mayor que yo. La lluvia los funde es una sola alma, yo me derrito en mi soledad. 

Nunca me enteré sobre si su nombre era o no Esmeralda, ni si el chico ese era o no su novio; al año siguiente ella ya no regreso a la secundaria. Ese fue el último día en que la vi, con la lluvia me deje ir. 

Ahora voy escribiendo y recordando desde el autobús, la misma ruta donde la admiraba, anhelaba conocerla y deseaba desde hace cuatro años. Lo hago para no perder el recuerdo de la jovencita que me empapo en una ilusión. 
Hasta siempre Esmeralda...

¡Esperen!  Una chica acaba de subir. Tiene ojos miel, labios rojo cereza que muy familiares me parecen; la cara está más alargada, afilada y con facciones un poco diferentes pero esos andares de bailarina me recuerdan tanto a alguien más.
Se sienta en la primera fila, saca un libro y comienza a leer, esta sola. Iré a pedirle la hora…

Sal con una chica que lee



Por Rosemary Urquico


Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca.

Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están amarillas.

Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.

Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami. Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consciente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella. 

Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si lo hace. 
Por lo menos tiene que intentarlo.


Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo. 

Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos.

¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la saga Crepúsculo.

Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y cuando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas durante un par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre lo son.

Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta casualidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.

Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat y Aslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas.

Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.

O mejor aún, a una que escriba.



Sal con una chica que no lee



Por Charles Warnke


Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el amor. Tíratela. 
Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta. 

Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.

Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.
Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato.
Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo continuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida. 


Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza.

No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.


Iniciando...

A la pequeña cantante, que alguna vez fue editora de mis escritos. Gracias A.....


Hola a todos y todas, es oficial a partir de hoy 12 de 11 del 2012 (un poco graciosa la fecha) comenzaré a redactar y subir algún escrito e ingresar al maravilloso mundo de los blogs. 
La idea de expresarme y redactar por este medio es satisfacer el placer que siento por la escritura y lectura. A partir de hoy y hasta que se termine la imaginación aquí nos leeremos. Saludos. 



 
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